Elizabeth Cazessús.
De la obra de Desplazamientos de Pedro Serrano,  han  hecho  juicios tan acertados, claros e inteligentemente  lúcidos, con un análisis tan detallado, sutil y   profundo que difícilmente les voy a decir algo que vaya más allá de lo mencionado  por  Margo Glantz,  Juan Carlos Cataño, Paúl Belanger,  Verónica Zondek ;  de éste  libro de libros, que contiene parte de toda la obra escrita por  Pedro Serrano a lo largo de 20 años.
Así es que después de leer  el prólogo  de   Juan Antonio Masoliver Ródenas,  poeta y escritor quien nos devuelve esta obra muy  bien digerida y expresamente refinada con su análisis tan basto  y  visionario; me dí a la tarea de escuchar, del  trayecto de casa al trabajo,  en rumbo a mis ocupaciones y  en casa,  la voz  grabada del poeta que viene en el cd.
Pero   diga lo que yo diga en esta presentación,   hasta que ustedes  lean o escuchen al poeta, podrán tener una aproximación de la poesía que esta noche vamos a deleitar en la propia voz de Pedro S.
Vamos a escuchar una poesía que no pretende ser poesía, y digo que no pretende, porque en la a pretensión de ser “muy poéticos” muchas veces se pierde la poesía y se cae en el ridículo o en la cursilería  y en caso extremo  en  un arreglo de bisutería.
Digo esto sólo para enfatizar que éste es un  libro de poesía que viene sin adornos ni artificios, articulaciones de sobra, sin silicón ni prótesis. Cada  poema es un derrumbe  como el mismo poeta  lo dice, pero el derrumbe es total, viene entero, con su forma irremediable, trozos y fragmentos sobre  tremenda consternación. 
Es una obra donde confluyen corrientes literarias, voces, desde la mística de San Juan de la Cruz, hasta la poética maldita francesa que especifica muy claramente Ródenas en  el prólogo, pero única en la creación y voz de Pedro Serrano.  Yo solamente quiero acercarme a la mirada del poeta, porque me sorprendió la  lectura que hace del mundo, de los cuerpos,  de las cosas.    
Porque como dice Verónica Zondek . 
Hay en los poemas de Pedro Serrano  un despojo,
un mirar sin piel, sin encantamiento y un leve  temblor que produce,
un estremecimiento que te cambia los ojos.
El autor  me hace recordar  a  Gastón Bachelar, porque nos  crea una poética del espacio; nos hace ver el espacio con otros ojos,   donde todo se ve  ilimitado porque refleja  el espacio interior donde la libertad de nombrar  conjuga el adentro y el afuera  creando nuevos mundos, nuevas inmensidades. 
El poeta puede mostrarnos el hundimiento de lo inefable, la decadencia de los elementos en  imágenes abiertas,  todo lo que se pudre y se corrompe en la calle, y lo que se eleva  o se pierde en un acto de amor o en un hospital, con toda su simbología y desborde  en metáforas.  Su concepto estético  nos traspasa como una tela delgada que nos envuelve y nos rapta hacia su visión de las cosas. 
  
La  mirada que  se fija  a través de la ventana, nos muestra  los  días sin salvación, o salvados por el deseo de ser más que polvo: banquetas resignadas  a ser banquetas, mujeres indescriptibles o ensoñadas, el mundo desecho, deformado.
La vida cotidiana  pasa como una película de miedo,  mientras la voz  la  salva de las propias ruinas . 
Y si les digo que desde esta visión  todo se turba y se descompone  porque  el tiempo pasa y se olvida,  no les estoy diciendo nada. 
La mirada es hija de toda  sucesión,  desencadena hechos y desechos convirtiéndonos en testigos de cargo del desencanto y  el desencuentro de los sentidos con una visionaria ingeniería de palabras,  de una mente abierta,  elevada y  esencial.
Mirada que salva las ruinas  en imágenes impredecibles,  arrobadas por una intimidad de habitación propia.
La memoria es el cuarto oscuro de donde surge  la revelación.
Una radiografía  como registro de los despojos del alma. Una profunda critica  del pasado sin arietes, del presente árido y simulador de nuestro tiempo,  con un futuro depredatorio que  “ve venir la espada como un destino”. 
El poeta se sumerge  en el silencio sin defensas para administrar el vacío, los números rojos que nos dejan temblando.
Y digo administrar el vacío, si es que el vacío se puede administrar.  
Quizás la escritura de Pedro Serrano sea  una forma de  ir a la totalidad para  nombrar hasta el último hueso indescifrable de la desolación.  
Lo que no es,  lo que se deshoja como una enredadera  en el tiempo, las páginas incansables pese a la exaltación de los sentidos para nombrar los odiosos límites del caos y de toda fragmentación. Para  rescatar la voz  de los densos  destierros, de la  condenación de la ignorancia, del espejo insomne de toda paráfrasis, de lo que no se puede esconder ni  poseer.
 La mirada es el único testigo de los  latrocinios de la opresión, de la orfandad, la  indiferencia, la desesperación y  la asfixia. 
La mirada es la ósmosis de toda contemplación. Una poética  de la devastación del ser: el claro oscuro irreversible del miedo;  las fallas cactónicas del ímpetu. 
Pedro Serrano  pertenece a  esa especie de incurables, de los malditos,  de los solos. Su sueño es como un escape  a la condensación del deseo, su oración,  es “estar en comunión con lo sentido”. 
Su  voz se derrumba en soledad, con ese ritmo de péndulo  eterno, de ola calma y sombría; desasociada del  pensamiento intelectual, más aliada al psiquismo de
lo inconsciente, para hacerse poesía esencial;  desaforado venero en decantación.  
La mirada pasa nombrando hasta fundirse en  ese  universo único “con un 
sol herido del alma” , “la piedra y su raspadura”, “el caracol sordo”, los cuatro goznes sin carne ni deseo” , “el miedo y el vacío que ese dolor habita” 
“los vastos escenarios de  la escacez”. 
“Desplazamientos”,  libro que  nos reúne para escuchar lo trascendente de la voz 
que  nos lleva al límite insalvable de las cosas,  a la naturaleza del desencanto;  
con su forma de expresarlo,  como una exploración antropológica  de la tierra medial,  que hace estallar lo que no es grito, lo que nos es fuego,  aunque lo sea,
lo que se palpa con la retina de un paisaje urbano,  lo que se colapsa en asombro tras asombro con  su depredadora incidencia.  Una cierta mística del infortunio, de un tejido tan transparente y  voraz en busca del conocimiento;  contundente como un tsunami  de palabras en cada parpadeo.
No hay 
posesión 
sobre las cosas. 
La hilera 
de este mundo 
se deslíe. 
El fresno pierde 
sus hojas 
de arriba a abajo.
En las puertas 
quedan astillas 
mientras la fronda 
se contrae. 
Se borran 
las sombras. 
Todo pasa 
por las manos 
como guasa.
El mundo 
se desconoce 
y se deforma.
 
 
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