Es difícil presentar una novela ante un público en que
la mayoría presente no la ha leído, espero que se den la oportunidad y el
deleite de hacerlo. Hablar de un libro es para compartir una visión entre
lectores, en este caso mi lectura será compartida con Elizabeth Villa.
La lectura de la novela de Lucía Martínez me ha dejado un
agradable sabor de ojos, una complicidad y un buqué exquisito. En mi opinión muy
personal, el título es lo que me llevó más tiempo entender. Fue inevitable no
hacer una reflexión después de terminar de leer la novela: una especie de
confrontación entre el contenido de la novela y el título. ¿Por qué
nombrar esta novela así?: “Currículo posmoderno
de una soltera antigua”: titulo más moderno que posmoderno- me recordó esos
libros antiguos y lo sentí como “una etiqueta” que me hizo reflexionar sin caer
en el prejuicio de juzgar al libro por su portada, con un nombre que me parecía
técnicamente desfasado y grandilocuente en relación con el contenido, que tiene
más visos de ser un diario que un currículo. ¿Por qué no se le dio a la novela
un nombre más orgánico, siendo una novela tan entrañable, es decir, hecha con las entrañas?
¿Cuál sería la diferencia de un currículo moderno y un
posmoderno? Realmente no existe tal diferencia. Sin embargo un currículo frente
a la escritura de un diario si, ya que mientras
el currículo, es una taquigrafía genérica de la vida profesional de alguien, un
diario le permite al lector conocer la intimidad de una persona, el mapa mental
de un personaje. Será eso lo que ella quiso hacer en contraste de opuestos?
Sin quitarle el mérito al
título, -porque sé que para Lucía Martínez fue importante usar la palabra
currículo-, tal vez como meta ficción; con ideas de forma y principio de sus
relatos; un mecanismo para cronometrar los tiempos de su novela, y hasta como
un juego sarcástico con sus dos últimas “cartas de referencia”; que tampoco son cartas de referencia.
No obstante me sigo preguntando, por qué sí o no ésta novela
es posmoderna, o porque tengo que avalar que sea posmoderna? Sólo porque el título lo declara,
hay que ver lo que de posmodernidad abarca.
Pero vayamos por partes. El concepto posmoderno digamos que
parte de un movimiento filosófico que se puso hasta de moda. Esta novela nos
revela el laberinto y las complejidades del ser humano, así como la psique
caótica de una escritora de diarios. Digo diarios porque este texto técnicamente no es un currículo,
sino el vaciado de la vida de una escritora, y lo atractivo de esta novela. Cito
a la autora que especifica en su currículo ser una escritora de diarios: “Las cartas,
aún las que no he enviado y el diario de mis sueños mas oscuros son la esencia
de lo que he logrado decantar.” Evidentemente hay un juego entre el nombre y el
contenido de un diario, por su sentido intimista, introspectivo, con una
búsqueda obsesiva y confesional, así como de una sutileza y de minuciosa
descripción que llega a tener momentos reveladores y transgresores, que
escritos en primera persona, parecieran personalizados, versus el conjunto de
conocimientos que una persona debe adquirir para conseguir un título académico,
según la definición de un currículo. ¿Acaso Lucia adquirió un título de la vida
con esta novela? Yo creo que sí.
La estructura nos
remite relatos por periodos que
abarcaron años de la vida del personaje y las cartas últimas de sus padres, que
nos develan hasta el último momento, la impronta psicológica y detalles
perdidos o recuperados para la historia del personaje principal.
Siguiendo mi teoría de los diarios, por definición estos
hablan en primera persona y la novela posmoderna tiene como característica de
hablar del torrente consciente del personaje. En mi opinión la auto referencialidad
del título a estas alturas de la posmodernidad me parece excesivo; puesto que
todos los diarios son posmodernos. No son menos posmodernos los diarios de Anais Nin, el “Ulises” de James
Joyce, o la novela de Lucía Martínez, por las razones mencionadas.
Para nuestras generaciones, antes de que existiera la
palabra posmodernidad en nuestro imaginario, ya éramos posmodernos, puesto que somos hijos
de la crisis perpetua; y faltaba que nos
diéramos cuenta, cómo nos habían
etiquetado los filósofos quienes acuñaron el concepto de posmodernidad, después
de la segunda guerra mundial.
Desde entonces la estética posmoderna, descarta los grandes
relatos, la gran promesa, la plenitud como fin de la era moderna; como cambio
de paradigma, estos grandes relatos pasan a ser sustituidos por los
pequeños relatos o microhistorias, que en este caso están desarrollados
acertadamente, según el modelo que nos presenta Lucia Martínez.
¿Por qué tengo que decir que mi novela es posmoderna, como
etiqueta de un movimientos filosófico? Esto refleja una prueba de que la
humanidad somos una especie de laboratorio de “conejillos de indias” para esos
pensadores, obsesionados por la razón y sus identidades, por las pasiones y los
deseos, por la nada o la levedad del ser, y consciente e inconscientemente
nosotros nos ponemos la camiseta.
Respecto a lo de “soltera antigua”; no me parece que el
personaje tenga nada de antiguo, si no todo lo contrario; el lenguaje y la voz
reflejan todas las temáticas o problemáticas de nuestra vida contemporánea, con
registros que abarcan la mitad del S. XX a la primera década del S. XXI, según
el registro periódico que se hace en lo que pude constatar de la novela.
La “mujer antigua” que yo vi, es esa mujer con carácter de arqueóloga que la lleva a
escarbar, y a levantar los escombros de un pasado para observar pérdidas o
hallazgos; un instinto poderoso,
estimulante y obsesivo que devela los aspectos de una mujer en confrontación constante con su vida.
Y esto no es nada de antiguo, sino producto de la liberación que nos heredó el
psicoanálisis o el autoanálisis disciplinado de nuestros actos.
“Las mujeres hemos nacido como románticas incurables” nos
dice Katherine Anne Porter, en su Best Seller, y en torno a esto cito: “Los
fragmentos de la melancolía del amor no correspondido, se suceden desde la cuna
hasta la tumba”. Ideas completamente deterministas, puesto que el ser romántico
se hace y el romance nace como expresión del lenguaje.
La novela de Lucia Martínez, demuestra una poética
como búsqueda del personaje que se piensa, se integra o se desintegra ante las
ideas del “amor”, y el mundo que lo
rechaza o asimila, que lo vive y lo desvive entre viajes y fronteras
geográficas, lenguas extranjeras, que lo demarcan como ser cambiante, que lo
hacen ser en la medida de sus relaciones contradictorias y con las cosas del
mundo y sus amantes, y donde el tema del amor y las pasiones, son cuestionadas
por la autora, al desbordar sus
diferentes rostros.
Digamos que frente a la ingenuidad del romanticismo, existe
lo otro, la conciencia del ser social, los roles impuestos por la cultura, la
búsqueda del “yo”. Hay muchos momentos que revelan esa arqueología del
espíritu, describiendo situaciones específicas de la personalidad de su
personaje; y derivado de la observación de
Lucia Martínez nos presenta, ejemplos claros: “que ser virgen a los 32 años es estúpido”; que
antes de la pubertad puede la niña ser abusada sexualmente, sin darse cuenta
que está siendo abusada; que caminar con tenis negros, después de un fracaso
con un amante africano, es una
sublimación del racismo y la xenofobia de nuestra sociedad global, digno de un acto
de psicomagia de Alejandro Jodorosky.
Complejos de la personalidad que proyecta el personaje en esta búsqueda arqueológica que nos lleva a
descubrir los escombros que impiden ir más allá de los acotamientos del deseo y
la pasión impuestos.
Y como toda “literatura del fracaso”, es una suma de “pago
con escombros”. Concepto que visto desde la posmodernidad; la historia pasó a ser un
cementerio de escombros.
Así ésta novela, nos adentra en esas micro historias
características de la estética de la posmodernidad, donde lo cotidiano
toma aspectos relevantes, como deshechos de una galería de lo
intangible, de lo aparentemente efímero y a la vez intenso de la vida. La
crónica cotidiana y los fragmentos que lo conforman reflejan los intentos
y fracasos del amor, en aparente suma de ciclos aparentemente repetitivos,
ya que en la comparecencia de cada relato, la novela adquiere la
evolución, como los encabalgamientos de un correlato a otro.
El personaje que da verosimilitud a la voz de la “mujer
posromántica”, la reafirma como parte de
la novela moderna existencialista que vive el mito de Sísifo. Y ubicada al tema de género, lo dijo más claro Erica Jong en su
autobiografía, Miedo a los 50: “Una mujer con muchas feromonas vive
muchos absurdos y una mujer inteligente vive muchas frustraciones.”
Más íntimamente descrito por el personaje en el relato
titulado, RITO DE INICIACION, (el cual inmediatamente me hizo recordar la
novela moderna de Rosario Castellanos que lleva el mismo nombre), el
personaje dice: Cito a Lucia Martínez: “No era una mujer disfrutando del placer
de estar con él. Era una especie de máquina programada, para un acto, un
especie de actriz mecanizada”.
La transparencia en el lenguaje, la belleza de las
descripciones, sus evoluciones circulares parecen obsesivas. Las formas de
abordar y desabordar cada relato, como puerta abierta a la intimidad, de
la escritora/personaje, se mantiene conflicto con los amores perdidos y
los absurdos. La puerta abierta a esa “habitación propia” nos hace ver la psique de una mujer de
nuestro tiempo: neurótica, desconcentrada por el mundo que le demanda claridad porque le da roles que la estigmatizan, que la
confieren al silencio con todas sus conjeturas existenciales: la devastación de
su ser; invitada para el ”casting” erótico; le da la oportunidad secretiva de
un desliz freudiano; todo a cambio de la anatomía de su espíritu en busca de la
escritura, en busca del orden a sus pensamientos es lo que la confina a
las márgenes de la literatura del fracaso.
El mayor acierto es que Lucia Martínez toma la pluma y nos
muestra y profundiza en el tema del
oficio, con el cual hace una vida de la que se apropia, con una prosa limpia y
verosímil, y que sólo la subjetividad de la escritura nos la regresa con todas
las trampas, huesos y cebos quemados.
Es mejor escribir en tiempo de cenizas para que la
tinta nos revele lo “grande de lo pequeño”, como lo estipula el refrán chino. Y
“amar la arcilla que está en tus manos”.
Quizá es mejor escribir que robarte una vida en contraste
con el viejo paradigma y que frente a la crítica posmoderna, te dejara un sabor
artificial y pornográfico, con la etiqueta anticipada de úsese y tírese.
Quizá, los “Dioses posmodernos”, en franca decadencia
nos robaron el fuego del romanticismo moderno, dejando caer las bombas en
Hiroshima y Nagasaki; mientras nuestro personaje se conforma con su “caja de
cerillos” que enciende entre las sombras en busca del amor imposible, y que Lucía
Martínez Espinoza, tradujo como amor a
las letras.
¿Quién dicta que somos modernos, posmodernos o que
pertenecemos a la aldea global, o a la tribu glocal?
Creo que eso le toca a la crítica, al analista, al pensador
razonado, al lector, al cronista y principalmente al tiempo que le da ubicación
a la obra de arte.
En todo caso, el escritor tiene que seguir leyendo,
escribiendo, disertando y cerniendo las
ideas de su tiempo y sus personajes, haciendo conciencia del mundo en el que
vive. Y como dice la poeta Livia Díaz, en su poema: Notas: “Nunca se empieza a
escribir, se escribe para empezar”. O
como dijo Jean Paul Sartre” “La existencia precede a la esencia”.
Así que sin el contenido específico, la crónica necesaria,
el registro diario como espléndidamente nos muestra Lucia Martínez, la vida pasaría a ser parte del vacío de la
existencia humana.